Nubes acobardadas con la forma de un útero materno, luces con brumas desacompasadas en una noche de agosto.
Dos gaviotas sentencian el fin del día sobrevolándome.
Y son estos, los días, los que van sucediendo en un vaivén de respiraciones provocadas por la resaca que arrastro desde hace unas semanas.
Una mancha roja en las piernas me designó otro papel secundario, de nuevo.
El de madre estaba ocupado y me puse a barrer los restos de la pérdida en hojas y hojas y hojas.
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